Antonio Pulido y la farsa climática en los incendios: "Más que poner, hay que quitar"

Hace 17 horas 3

Tras un verano marcado por más de 400.000 hectáreas calcinadas en España, el debate público volvió a instalarse en un terreno conocido: la atribución casi automática de los grandes incendios forestales al cambio climático. Sin embargo, cada vez son más los técnicos que advierten de que ese enfoque, además de simplista, impide abordar las causas reales del problema.

Antonio Pulido Pastor, ingeniero de montes, doctor en Diversidad Biológica y Medio Ambiente y con más de tres décadas de experiencia en la administración ambiental andaluza defiende que el origen de los incendios extremos no está en el clima, sino en el abandono progresivo de la gestión forestal, una realidad que se arrastra desde hace décadas.

La vegetación no ha cambiado: sí lo ha hecho su gestión

El Dr. Pulido, en entrevista para Libertad Digital recordó que el paisaje vegetal de la península ibérica no ha sufrido transformaciones significativas en miles de años. Las especies dominantes del clima mediterráneo —encina, acebuche, olivo o lentisco— están documentadas por la paleoclimatología desde hace entre 10.000 y 15.000 años.

"El paisaje sigue siendo mediterráneo, un clima de grandes contrastes y con un verano de fuerte estrés hídrico", explicó. Un rasgo estructural que forma parte de la historia climática de la región y al que la vegetación está perfectamente adaptada.

Por ello, el vínculo directo entre incendios y cambio climático que domina el discurso político resulta, cuando menos, discutible desde el punto de vista ecológico. Para Pulido, la diferencia fundamental respecto al pasado no es el clima, sino la presencia humana en el territorio: "Hoy hay menos gente y menos uso del monte. Eso se llama falta de gestión forestal".

La consecuencia directa de ese abandono es la acumulación masiva de biomasa, que convierte grandes extensiones de matorral y monte bajo en un combustible continuo y altamente inflamable.

Cuando el discurso político bloquea la gestión

Más allá del diagnóstico técnico, Pulido fue especialmente crítico con el enfoque político del problema. A su juicio, el énfasis casi exclusivo en el cambio climático desplaza del debate público las soluciones prácticas.

"Cada uno es dueño de su discurso", señaló, en referencia a la narrativa oficial, pero insistió en que el foco debería estar en la selvicultura, la limpieza del monte y la gestión del combustible vegetal.

También apuntó a los efectos de la descentralización de la gestión forestal, que ha fragmentado criterios y prioridades entre comunidades autónomas. "Antes el monte era un centro de trabajo", recordó, subrayando que durante décadas la actividad forestal generó empleo, fijó población rural y mantuvo el territorio en equilibrio.

Hoy, sin esa actividad, el matorral avanza, el uso ganadero desaparece y el monte queda desatendido, especialmente en las zonas más despobladas del interior peninsular.

Lluvias, incendios y errores de diagnóstico

Uno de los argumentos más repetidos este año ha sido que un periodo especialmente lluvioso habría favorecido los grandes incendios posteriores. Pulido desmontó esa idea de forma clara: "Las lluvias desfavorecen los incendios".

La razón es fisiológica. Un mayor contenido de agua en el suelo se traduce en mayor humedad en los tejidos vegetales, menor estrés hídrico y, por tanto, menor combustibilidad. Confundir crecimiento vegetal con riesgo de incendio, explicó, es ignorar el papel decisivo de la gestión posterior.

En este contexto, Pulido recordó que gran parte de lo quemado este verano corresponde a zonas de matorral, especialmente en regiones con muy baja densidad de población y escaso aprovechamiento del territorio. Un patrón que refuerza la tesis de que el problema es estructural, no climático.

Qué hacer mañana: menos plantar y más gestionar

De cara al futuro inmediato, Pulido defendió un enfoque alejado de los gestos simbólicos y centrado en el análisis técnico. "Lo primero es mirar qué se ha quemado y lo segundo valorar qué se ha quemado", afirmó.

En muchos casos, lo afectado no son grandes masas forestales, sino superficies de matorral altamente adaptadas al fuego y con gran capacidad de rebrote. De ahí una de sus afirmaciones más incómodas para el discurso ambiental dominante: "Más que poner, hay que quitar".

La fijación de carbono, explicó, no depende del número de árboles, sino del crecimiento forestal, que solo se logra cuando se reduce la competencia por agua y nutrientes. Sin selvicultura —clareos, podas, selección de ejemplares—, ese crecimiento se bloquea y el riesgo aumenta.

¿Se está haciendo algo tras el desastre?

A la pregunta sobre si se ha empezado a actuar tras los incendios, Pulido se muestra escéptico. Recuerda que la década de los 90 fue aún más dura en pérdidas humanas y hectáreas quemadas, y que ya entonces se diagnosticaron los mismos problemas que persisten hoy y las soluciones siguen sin aplicarse.

Mientras el Gobierno insiste en mirar al cielo, los expertos siguen señalando al suelo. Y el monte, abandonado, vuelve a arder.

El verdadero negacionismo

Mientras el Gobierno señala al cielo, el monte sigue acumulando combustible. Se gasta millones en helicópteros, pero se escatima en prevención, que genera empleo rural y evita tragedias.

El problema no es el clima. El problema es político. Negar la gestión forestal, esconderse tras el discurso climático y repetir eslóganes mientras el territorio arde es el auténtico negacionismo.

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