La ‘grandeur’ necesita un portaaviones

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La deuda pública francesa no cesa de crecer, lo cual preocupa a Bruselas, al BCE y a las agencias de calificación como Fitch o Moody’s . Pero la grandeur no tiene precio. La grandeza de Francia no se aprieta el cinturón. Emmanuel Macron confirmó ayer oficialmente que el portaaviones Charles de Gaulle, de propulsión nuclear , tendrá un sustituto en 2038. El coste estimado del nuevo navío es de 10.000 millones de euros, aunque el precio final podría ser más elevado.

El presidente francés hizo el anuncio en Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos), donde realizó este año la tradicional visita de Navidad a tropas desplegadas en el extranjero. También se llevó esta vez a los cocineros del Elíseo para que prepararan a los soldados una cena de Nochebuena anticipada.

“En la hora de los predadores, debemos ser fuertes para ser temidos”, dice Macron a sus tropas en Abu Dabi

Según Macron, la decisión definitiva sobre el nuevo portaaviones se tomó la semana pasada. La justificó así: “En la hora de los predadores, debemos ser fuertes para ser temidos, y en particular fuertes en el mar”. “Este nuevo portaaviones será la ilustración del poderío de nuestra nación, poderío de la industria, de la técnica, poderío al servicio de la libertad en los mares y en el torbellino de los tiempos”, agregó el jefe de Estado.

El nuevo navío será construido por Chantiers de l’Atlantique, los célebres astilleros de Saint-Nazaire, en el estuario del Loira, cerca de Nantes. Con 80.000 toneladas -frente a las 42.000 del actual-, el futuro buque insignia de la Armada francesa tendrá 310 metros de eslora, 50 más que el de hoy, llevará 2.000 marineros y 30 cazabombarderos. Francia se enorgullece de ser el único país, junto a EE.UU., que construye portaaviones de propulsión nuclear. Dos pequeños reactores aseguran una autonomía casi ilimitada.

El deseo de autosuficiencia francesa absoluta en materia militar resulta sin embargo ilusorio dada la sofisticación tecnológica creciente y la interdependencia. En 2003, por ejemplo, cuando Francia se opuso a la guerra de George W. Bush para derrocar a Sadam Husein en Irak, Washington tomó una represalia muy técnica, pero dolorosa, contra su díscolo aliado: dejó de venderle el líquido hidráulico especial para las catapultas del Charles de Gaulle, sin el cual los aviones no podían despegar. El nuevo barco llevará catapultas electromagnéticas. Eso supone otro problema, como quedó claro en una reciente discusión en el Parlamento francés. Es carísimo fabricarlas. Incluso Trump ha cancelado el plan de producción y opta por seguir con las antiguas, de vapor. Solo China produce hoy las electromagnéticas. Eso dibuja el hipotético escenario de un flamante portaaviones francés, símbolo de la grandeur , dependiente de Pekín.

Deshielo entre Moscú y París

Putin acepta la oferta de diálogo de Macron

Algo se está moviendo entre París y Moscú. El viernes pasado, al término de la cumbre europea, en Bruselas, Emmanuel Macron dio la sorpresa al decir que sería útil para los europeos dialogar directamente con Vladímir Putin en vez de estar pendientes de intermediarios, como los estadounidenses. Ayer el presidente ruso –a través del portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov– recogió el guante y se dijo dispuesto a hablar. Le faltó tiempo luego al Elíseo para dar “la bienvenida” a la voluntad de Moscú y anunciar que, en los próximos días, se concretarán los detalles de los contactos. El presidente francés, cuya debilidad política interna le ha quitado mucho margen de maniobra en la política nacional –ahora en manos del primer ministro, Sébastien Lecornu, y del Parlamento–, se dedica con más brío todavía al ámbito internacional. De todos modos, la relación con Moscú entraña riesgos. Desde su llegada al poder, en el 2017, Macron desplegó la estrategia de seducción con Putin, agasajado como un zar en Versalles. Pensó que había construido una relación personal sólida. Todo se fue abajo el 24 de febrero del 2022 con la invasión de Ucrania. El titular del Elíseo intentó evitar la agresión rusa hasta el último momento, con múltiples conversaciones con Putin, una de ellas de cinco horas, en el Kremlin, en la larga mesa con la que Putin amedrentaba a sus huéspedes. Después vinieron tres años de pausa total de contactos directos, al tiempo que Macron asumía una dialéctica muy agresiva frente a Moscú, evocando repetidamente una guerra con Europa, ya en curso, en forma híbrida, y el peligro de una conflagración convencional. Macron y Putin volvieron a hablar a principios de julio pasado, por teléfono, a propósito de la cuestión nuclear iraní.

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