Un buen truhán, como un buen mago, ha de ser astuto, observador, excelente psicólogo y estratega, conocer a los rivales, no mostrar nervios, adoptar una posición táctica, estudiar los movimientos de los demás, controlar sus emociones y el flujo del juego. Y si se guarda algún as en la manga, que no se note en su gestualidad. Keir Starmer no es un buen truhán.
En el año y medio que lleva en el 10 de Downing Street, el dirigente laborista no ha tenido una estrategia coherente, dando bandazos en función del viento y las corrientes de opinión en su partido. Se ha mostrado nervioso (casi paranoico) ante posibles desafíos a su liderazgo, y en ningún momento ha controlado el flujo de la partida. Ahora (como otros políticos europeos), ha decidido que, a falta de logros propios de los que presumir, su mejor táctica es impedir como sea la llegada de la ultraderecha. Para cundo sean las próximas elecciones británicas, ya sabrá como les ha funcionado a Sánchez y Macron, entre otros.
Starmer ha identificado al ultra populista Nigel Farage como el rival a batir en los próximos comicios, por algo lleva ocho meses liderando las encuestas, aunque últimamente se ha estancado. Plantarle cara significa denunciar su xenofobia y racismo (cosa que ya está haciendo), ridiculizar su programa económico (al que le falta coherencia), y criticar el Brexit, a lo que se había resistido hasta ahora para no ofender a quienes votaron a su favor, sobre todo en Gales y el norte de Inglaterra.
Hasta ahora Starmer ha optado por una aproximación gradual a Europa, sin impacto sobre la economía
Pero si la misión es impedir la llegada de Farage al 10 de Downing Street, tiene sentido denunciar el Brexit, porque la decisión de salir de la Unión Europea en el 2016 es el gran (y por el momento único) logro del líder de Reforma UK. En ese sentido, Satrmer se ha soltado la lengua, y ya no se corta a la hora de atribuir la penosa situación económica del país a la ruptura comercial con el mayor mercado único del mundo (por algo Trump y Putin lo quieren desmantelar). Los últimos datos apuntan a una pérdida acumulada de entre seis y ocho puntos del PIB, y de 250.000 millones de euros en riqueza, además de cien mil millones de euros anuales en impuestos no recaudados.
Si un ataque frontal a Farage es la estrategia en las elecciones del 2029, Starmer –aunque no sea un buen truhán– podría sacarse de la manga el comodín de solicitar el regreso a la unión aduanera para estimular el crecimiento (el país coquetea con la recesión). De hecho, parte del Gabinete y un sector importante del Labour (el viceprimer ministro David Lammy, su predecesora Angela Rayner, el titular de Sanidad Wes Streeting...) propugnan abiertamente esa fórmula, que va mucho más allá del acercamiento a la UE en cuestiones regulatorias y con el regreso al programa Erasmus, que es a lo más a lo que se ha atrevido a llegar el Gobierno.
Un factor clave en la decisión será qué votos tiene más miedo de perder el Labour, si los de sus antiguos fieles en el cinturón industrial del país que se apuntaron a Brexit y se dejaron seducir por Boris Johnson, o los de estudiantes, profesionales, clases medias e intelectuales progresistas que, frustrados con el giro a la derecha de Starmer en temas cono la inmigración, se muestran dispuestos a pasarse a los liberales demócratas y los Verdes. Según las encuestas, es por la izquierda por donde se está produciendo la mayor fuga, y la propuesta de regresar a la unión aduanera podría neutralizarla.
Starmer ha de decidir qué votos prioriza, si los de aquellos que votaron al Brexit o los del sector progresista
Starmer ha cambiado de manera radical la actitud y el lenguaje hacia Europa, pero los acuerdos que ha negociado hasta ahora con Bruselas (alineamiento regulatorio en agricultura, ganadería y productos químicos, integración de los mercados eléctricos, concesiones en materia pesquera, disminución de las trabas comerciales) son notas al margen, con escaso impacto para el crecimiento económico, lo mismo que volver al programa Erasmus o un plan de movilidad juvenil. El regreso a la unión aduanera sería en cambio una descarga eléctrica, como ponerle los cables a la batería del coche. Los conservadores y la prensa de derechas lo denuncian como un primer paso para el retorno a la UE, aunque eso sería algo mucho más complicado, en extremo improbable a corto y medio plazo.
Para tener la opción de sacarse ese comodín de la manga, Starmer ha de ser quien lidere al Labour en las elecciones del 2029 (si no se adelantan), lo cual no está claro, sobre todo si sufre una debacle en las autonómicas y municipales de mayo. Aspirantes a su cargo no faltan y muchos factores entrarán en juego, principalmente la economía. Todo el mundo está pendiente de lo que hace, lo cual no es bueno para un mago.“Soy un truhán, soy un señor”, cantaba Julio Iglesias. El premir británico es un señor, pero no un buen truhán.

Hace 2 días
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