Vértigo en Occidente. El segundo mandato de Donald Trump empezó reclamando abiertamente Groenlandia y no ha parado hasta zarandear la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que evoca una Europa en ruta hacia “la aniquilación como civilización”. Un divorcio que trascenderá al trumpismo y que necesariamente será traumático.
Lo primero que hay que hacer, sostiene la teoría, es reconocer la adicción y las nefastas consecuencias que tiene para uno mismo y quienes lo quieren. Si este país acudiera a una reunión de Alcohólicos Anónimos o de toxicómanos en rehabilitación, se presentaría diciendo algo así como: “Me llamo Reino Unido y llevo muchos años, muchísimos, en una relación de dependencia total respecto a los Estados Unidos. Ni siquiera sé si me conviene o no, y menos aún cómo romperla”.
Más que de dependencia, es casi una relación de abuso, en la que con el pretexto de la llamada “relación especial” (“te quiero mucho, amor mío”), Washington dicta los términos y los gobiernos británicos de turno (lo mismo laboristas que conservadores) se limitan a decir que sí a todo (o casi todo), como un perro labrador. Si es la guerra con Irak, pues la guerra con Irak, aunque la gente no quiera. Si es enviar tropas a Afganistán, pues se envían tropas a Afganistán. Si Trump tiene el capricho de una visita de Estado a Londres con todo el oropel, pues no una sino dos, o las que pida.
El Reino Unido tiene una total dependencia de Estados Unidos: política, diplomática, militar y de inteligencia
El Gobierno británico no es tan ingenuo como para no darse cuenta de lo que significa el documento estratégico elaborado por la Casa Blanca, en el que no hay que leer demasiado entre líneas para entender que el objetivo es debilitar primero y destruir después a la Unión Europea, gran rival comercial y potencialmente político, apoyando y financiando a los “partidos patrióticos” de extrema derecha (el de Farage en el Reino Unido).
Gran Bretaña es Europa, aunque no sea Unión Europea, pero se debate eternamente entre el europeísmo (al que es más afín el Labour) y el atlantismo (hacia el que se inclinan los conservadores). Hasta ahora ha sido capaz de jugar las dos cartas, pero el reposicionamiento de la Administración Trump, mucho más amiga de Moscú que de Bruselas, pone en entredicho la viabilidad de esa estrategia, por lo menos hasta que haya un cambio de tercio (si lo hay) en Washington.
El Gobierno Starmer ha optado, al menos de momento, por apaciguar a Trump e intentar mantenerlo lo más contento posible, al tiempo que se resiste a rubricar su plan de paz para Ucrania y se permite pequeños desafíos como reconocer el Estado palestino. Lo trata con guante blanco, evita en lo posible las críticas, no abre la boca sobre los ataques a barcos en el Caribe o el plan de desestabilizar Venezuela, y lo contempla como a un pariente o un amigo exótico (“son cosas suyas, qué se le va a hacer”) pero no nocivo.
El Gobierno Starmer ha optado por apaciguar a Trump e intentar mantenerlo lo más contento posible
A cambio, cree obtener ventajas que de otra manera no tendría, como un acuerdo comercial con Estados Unidos, tarifas más bajas que las que la Casa Blanca impone a los países de la UE, acuerdos en materia farmacéutica y de alta tecnología. Aunque Trump es Trump, y enseguida se cobra lo que los demás prometen, pero remolonea a la hora de cumplir sus compromisos, que en muchos casos son papel mojado.
Londres no lo tiene fácil, hay que admitirlo, porque su dependencia no es solo política y diplomática, sino también en materia de inteligencia y seguridad, y se remonta a cuando el Reino Unido participó en el proyecto Manhattan para el desarrollo de la bomba atómica. La integración militar es enorme. Los aviones caza británicos F35 tienen números de serie y operan con software estadounidense. El sistema de comunicación por satélite Starlink pertenece a Elon Musk.
El Pentágono dispone de trece bases militares y centros de escucha en territorio de este país, con armas nucleares desplegadas (según los rumores) en algunas de las instalaciones.
Si Estados Unidos no solo dejara de participar en la OTAN y defender a Europa, sino que se convirtiera en su enemigo, la total integración en materia de defensa, inteligencia y seguridad haría que el Reino Unido tuviera ya dentro el caballo de Troya. El Pentágono no tendría más que apretar un botón para que sus aviones caza F-35 y los misiles nucleares Trident a bordo de su flota de submarinos dejaran de funcionar. ¿Un escenario impensable? Algunos analistas piensan que no, dada la relación de Trump con Putin y el empeño de ambos en liquidar a la UE y propulsar la llegada al poder de partidos de ultraderecha que impulsen una Europa blanca y cristiana. ¿Qué pasaría si una Rusia agigantada, tras quedarse con un buen pedazo de Ucrania, se marcara como próximo objetivo forzar a los países bálticos, Finlandia, Hungría, Rumanía y otros a abandonar la OTAN y la UE y convertirse en estados satélite al estilo Bielorrusia? Solo un 16% de los británicos (casi todos ellos votantes del Brexit y partidarios de la extrema derecha) tiene una opinión favorable de Trump en el Reino Unido. Starmer le baila el agua, la líder tory Kemi Badenoch aplaude su antiwokismo, su apoyo al gran capital y su política de inmigración, y el ultra Nigel Farage es amigo suyo y cuenta con su dinero para financiar la próxima campaña. A escala electoral, sin embargo, Trump es en Gran Bretaña una marca tóxica, y estar demasiado próximo a él conlleva un riesgo considerable de contaminación política. Hay observadores que piensan que es uno de los puntos más débiles de Farage.Washington, ¿un caballo de Troya para Londres?
No solo eso. La multinacional norteamericana Lockheed manufactura y mantiene los misiles Trident, elemento central del arsenal nuclear disuasorio de Gran Bretaña, que estarán instalados en la nueva generación de submarinos Dreadnought.
Los dos países realizan pruebas atómicas en territorio del otro y comparten el uso de la base militar de Diego García en el Índico. Las cadenas de suministros están integradas. Los proyectos militares conjuntas significan una inversión un anual de 25.000 millones de euros. Veinte mil empleos directos y noventa mil indirectos en este país dependen del complejo militar industrial de Estados Unidos.
A nivel de inteligencia, otro tanto. La ciberseguridad del Reino Unido y su capacidad para prevenir atentados terroristas o saber lo que pasa en el mundo depende por completo de su participación en el programa llamado Five Eyes (cinco ojos), junto con Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Ser excluido de él lo dejaría ciego y sordo.
Veinte mil empleos directos y noventa mil indirectos en Inglaterra dependen del complejo militar industrial de EE.UU.
Históricamente ha habido ocasiones (Suez, Vietnam, Camboya, Panamá, la invasión de la isla caribeña de Granada) en las que el Reino Unido se ha enfrentado a Estados Unidos, o ha encontrado la manera de permanecer al margen. En muchas otras (Corea, Irak, Irán, Afganistán) se ha apuntado a las guerras o acciones militares emprendidas por sus primos del otro lado del Atlántico, independientemente de lo que pensara la opinión pública nacional.
“Me llamo Gran Bretaña, y tengo una relación de total dependencia militar, política, diplomática,de seguridad y de inteligencia con Estados Unidos”. A lo cual el moderador respondería: “¿Y quieres o no acabar con ella?” That is the question. En el lenguaje de este país, aunque las cosas no sean lo mismo, apaciguamiento es una palabra con muy mala prensa y reminiscencias nefastas.

Hace 18 horas
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