Madrid
22/12/2025 00:27 Actualizado a 22/12/2025 00:42
Vox salió ayer claramente reforzado de las elecciones extremeñas con un resultado que es mucho más que una simple subida electoral. Al pasar de cinco a once escaños, la formación de Santiago Abascal no solo duplicó su representación, sino que se aseguró la llave de la gobernabilidad y un papel central en la negociación con el Partido Popular.
El avance de la formación ultra se ha cimentado en una campaña de bajo perfil territorial, en la que su candidato, todavía poco conocido, Óscar Fernández, se limitó a seguir la estela del liderazgo nacional de Abascal, quien optó por volcarse en la región con una presencia constante y un mensaje muy definido: equiparar al PP y al PSOE por los casos de presunta corrupción que afectan a ambos partidos y responsabilizarlos de los problemas estructurales de Extremadura. Una estrategia de polarización que le ha permitido a la extrema derecha dar un nuevo salto en su proceso de crecimiento sostenido.
El primer gesto de Vox para advertir de lo que le espera a Guardiola se hizo visible ayer mismo cuando Fernández rompió con el protocolo y compareció ante la prensa después de la vencedora. Justificó su decisión señalando que “Vox es el verdadero ganador de las elecciones”. Y tras agradecer el apoyo brindado por Abascal en campaña, advirtió ante una posible repetición electoral: “Extremadura ha hablado para decir alto y claro que quiere más Vox”, señaló desde el parador de Mérida.
Vox quiere controlar decisiones clave sin entrar en el Gobierno y aspira a presidir el parlamento regional
Desde esa posición de fuerza gracias a sus once escaños, Abascal intentará obligar a Guardiola a asumir el paquete completo de medidas de la extrema derecha, como el rechazo a la inmigración y la oposición al Pacto Verde europeo.
En Vox, de hecho, anoche no se descartaba ningún escenario para la ronda de negociaciones que ahora se abre. Incluso se verbalizó en algunos foros la posibilidad de exigir la cabeza de la propia Guardiola, no tanto como una exigencia sino como una demostración de fuerza con la que dejar claro “quién marca el ritmo”. El malestar de Vox por el trato dispensado en la anterior legislatura por la dirigente popular es, admiten fuentes del partido, “notable”.
Haber crecido más que el PP y, sobre todo, evidenciar que la derecha ya no puede gobernar sin la extrema derecha es un elemento central en el relato que construye Vox. Por eso la formación no tiene prisa por iniciar —ni por cerrar— el proceso negociador. Saben que el tiempo juega a su favor y que ni el PP ni su líder nacional, Alberto Núñez Feijóo, pueden permitirse un “bloqueo prolongado” que el PSOE aprovecharía para desgastar su alternativa de poder.
El partido ultra anticipa una negociación dura imponiendo su agenda contra la inmigración
Abascal, quien ayer adelantó que piensa “exigir respeto a los votantes de Vox” mantiene, al menos por ahora, la idea de no reclamar ninguna consejería en el Gobierno extremeño. Pero eso no implica una renuncia a influir. Entre sus exigencias figuran la presidencia de la Asamblea regional, un mayor número de senadores autonómicos y presencia en organismos públicos clave, como la televisión autonómica. “Desde fuera podemos ser mucho más duros que desde dentro”, sostienen algunas fuentes.
Lo ocurrido en Extremadura, unido a los recientes movimientos en la Comunidad Valenciana, consolida la imagen de Vox como un partido al alza, con capacidad real para moldear las políticas autonómicas. Una dinámica que la formación ultra tratará de explotar en Aragón y Castilla y León, con la mirada puesta en estrechar el cerco sobre el PP de cara a las generales de 2027.

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